Aunque el consumo de crustáceos hoy en día se considera más un lujo de caballeros, en el pasado eran opciones mucho más frecuentes en las mesas. Su popularidad también se debió a que, gracias a los animales de sangre fría, también se permitía su consumo durante el periodo de ayuno previo a la Semana Santa, por lo que se consideraban una importante fuente de proteínas.
Sin embargo, la pintura de Marasztony probablemente no se refiere al ayuno con langostas y ostras caras, y la gente común no comía tanto cangrejos de mar como cangrejos de río. Fue la «»plaga del cáncer»» (una infección fúngica traída de América) que apareció a principios del siglo XX la que puso fin a la pesca.
Además, la sobrepesca y la contaminación ambiental asociada a la industrialización también asestaron un golpe a la población, por lo que hoy en día los cangrejos de río autóctonos no se consideran no comestibles, sino que se consideran una especie protegida.